Macondo Global, la aldea más grande del planeta y la última que visitó, lo recibió al ruido de bombos y platillos cibernéticos. Las gentes, que habían contratado a los hombres más sabios en asuntos de transmutación, dispusieron una larga pasarela que parecía conectarse al infinito y la regaron con el polvo dorado obtenido de sus pertenencias. A un sol de mediodía jamás sentido en la aldea, la gente fue acatando el calor atizado a cada paso del Ex-vice. Pero en menos de lo que asume su destino el colectivo humano, comprendió que el Ilustre Entendimiento que perseveraba en risas y comedimientos, no era más que la alharaca mundana de quien soñaba poder hacer no habiendo hecho cuando pudo.
Creyendo aún que Macondo Global era un termómetro a punto de explotar al calor de los vítores de ingenuidad, el Ex-vice se detuvo. Se arrodilló, juntó las manos y agradeció al Todopoderoso el haberle iluminado. Se levantó, sacudió las impurezas de su traje y miró hacia atrás: no había nadie. Desde lejos llegaban apenas los murmullos del trabajo cotidiano. Fue entonces cuando el hombre inició espantado la veloz carrera, como buscando escapar a las banalidades del mundo.
No hacía ningún gesto de fatiga cuando llegó al infinito. Por el contrario, avivaba su rostro la sonrisa dentífrica de la pasarela. La misma que venía de esparcir calores en el planisferio y que había de ensancharse en metales polutos luego del torrente de aplausos que el Ex-vice halló entreverado en la Organización de Simulacros Ladinos para la Oscuridad.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario